Jesús, antes de su Pasión y Muerte, al celebrar con los sus apóstoles la Pascua, les dijo: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios” […] Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: “Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío”. De igual modo, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: “Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros”. Son varios los relatos evangélicos que recogen esta verdad central de nuestra fe: San Lucas 22,7-20; San Mateo 26,17-29; San Marcos 14,12-25; 1 y San Pablo en la epístola a los Corintios 11,23-26). Cada vez que el sacerdote en la Santa Misa reza las palabras de la Consagración, se realiza el milagro de la Eucaristía; lo que antes era pan y vino ahora, bajo esa apariencia, está en Cuerpo y la Sangre de Cristo. Como enseña el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, “Jesucristo está presente en la Eucaristía de modo único e incomparable. Está presente, en efecto, de modo verdadero, real y sustancial: con su Cuerpo y con su Sangre, con su alma y su divinidad. Cristo, todo entero, Dios y hombre, está presente en ella de manera sacramental, es decir, bajo las especies eucarísticas del pan y del vino” (n. 282).
Para recibir el sacramento de la Eucaristía (Primera Comunión):
Niños de 8 a 13 años, ellos se preparan en la Catequesis Familiar junto a sus padres.
Adolescentes y jóvenes de 14 a 17 años, ellos se preparan a los sacramentos de la Eucaristía y la Confirmación en la catequesis juvenil de la parroquia.
Adultos, mayores de 18 años se preparan a la Eucaristía y la Confirmación a través de la catequesis de adultos.