“El amigo fiel es un refugio seguro” (Si 6, 14)

Es común escuchar entre los cristianos decir “Jesús es mi amigo”, y claro que es así, pero esto no lo podemos decir a la rápida por sentimientos religiosos sin compromiso, ya que la amistad con Jesús tiene sus exigencias. Él mismo hablándole a sus discípulos les dijo “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15,14). Decir que Jesús es nuestro amigo o que somos amigos de Jesús compromete una forma de vivir, una manera de ser, de hablar y de pensar. Con Jesús, la amistad se vive en la obediencia fiel a sus mandamientos porque como en toda amistad hay comunión de ideales, proyectos y una mutua sujeción. En nuestra amistad con Jesús estamos llamados a hacer lo que Él nos manda y también en la amistad de Jesús con nosotros, Él se compromete dándose: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13) y esto Jesús lo cumplió plenamente entregando su vida en la cruz por nosotros, sus amigos.

En el libro de Eclesiástico o Siracides leemos sobre el amigo: “El que le encuentra, ha encontrado un tesoro” (Si 6, 14). ¿Por qué el amigo puede llegar a ser un tesoro en el camino de nuestra vida? Algunas respuestas las podemos encontrar en el pensamiento de algunos Santos:

“Si precisas una mano, recuerda que yo tengo dos” (San Agustín).

“La amistad disminuye el dolor y la tristeza” (Santo Tomás de Aquino).

“En el mundo es necesario que quienes se dedican a la práctica de la virtud se unan con una santa amistad, para exhortarse mutuamente y mantenerse en estos santos ejercicios” (San Francisco de Sales).

“Nos hace mucho bien, cuando sufrimos, tener corazones amigos, cuyo eco responde a nuestro dolor” (Santa Teresa de Lisieux).

“Las palabras de amistad y consuelo pueden ser cortas y sucintas, pero su eco no tiene fin” (Madre Teresa de Calcuta).

Los amigos son un don muy grande, ellos llegan a nuestra vida de manera a veces inesperada y hacen más ligero nuestro caminar. El o los amigos son las personas con las que podemos generar espacios para abrir el corazón y mostrarnos como somos, sin máscaras, sin reproches, por lo mismo es importante seguir el consejo que nos da Dios por medio de su palabra: “Sean muchos los que estén en paz contigo, más para consejero, uno entre mil” (Si 6,6). La amistad nos reporta alegría y consuelo. La amistad exige de nuestra parte el cultivo de algunas virtudes que hacen de la relación algo bello y trascendente, virtudes como lealtad, sinceridad, respeto, discreción, confianza, empatía, sintonía, franqueza, disponibilidad son indispensables en toda relación de amistad; la embellecen y la elevan.

Jesús creyó en la amistad y la hizo parte de su vida, creó una comunidad de discípulos a los que llamó “mis amigos” (Jn 15, 14). Entre ellos destaca una relación más cercana con Pedro, Santiago y Juan, haciéndolos parte de momentos privilegiados de su vida (cf. Lc 5, 1-11; 9, 28-36), incluso del apóstol Juan se dice en el evangelio que es el discípulo “a quien Jesús quería” (Jn 20,2). Sabemos de sus amigos de Betania: Marta, María y Lázaro (cf. Lc 10, 38-42; Jn 11), y de sus amigos  Nicodemo (Jn 3, 1-21) y José de Arimatea (Mt 27, 57; Mc 15, 43; Lc 23, 51; Jn 19, 38).

Siempre es necesario revisar nuestras relaciones de amistad. Un consejo importante y necesario nos entrega Santo Tomás de Aquino para cultivar una buena amistad:

 “Cualquier amigo de verdad quiere para su amigo: 1) que exista y viva; 2) todos los bienes; 3) hacerle del bien; 4) deleitarse de su presencia; y 5) compartir con él las propias alegrías y tristezas, viviéndolas con él con un solo corazón”.

Cuando uno mira la historia de su vida, podemos hacer nuestras estas palabras: “Ciertamente consuela mucho en esta vida tener un amigo a quien abrir el corazón, develar la propia intimidad y manifestar las penas del alma; alivia mucho tener un amigo fiel que se alegre contigo en la prosperidad, comparta tu dolor en la adversidad y te sostenga en los momentos difíciles” (San Ambrosio, Sobre los oficios de los ministros, 3, 134).

Y el Papa Francisco nos aconseja:

“Es necesaria la paciencia para forjar una buena amistad entre dos personas: tiempo y paciencia. Como dicen los árabes: “comer varios kilos de sal”: mucho tiempo para hablar, estar juntos, conocerse y así se va forjando la amistad; sumando el valor de la paciencia para así convertir esta relación en real y sólida.” (Mensaje a Radio Milenium, 15 de septiembre de 2015).

¡Qué importante es invertir tiempo en el cultivo de la amistad!, siempre será un tiempo bien empleado que nos enriquece el alma y ensancha el corazón. Termino esta sencilla reflexión con esta sentencia del libro del Eclesiástico del Antiguo Testamento:

“El amigo fiel no tiene precio, no hay peso que mida su valor. El amigo fiel es remedio de vida, los que temen al Señor le encontrarán” (6, 14 – 15).

Pablo Leiva Rojas

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